DOCUMENTOS ARCHIVO SIMÓN RUIZ 15 / MAYO – JUNIO 2018
“Listini” o cotizaciones de los cambios de moneda en las ferias de Lyon y Piaçenza
Lyon (feria de agosto de 1580) y Piaçenza (feria de Todos los Santos de 1580)
Impreso y manuscrito sobre papel / 25,5 x 5,5 cm
Archivo Simón Ruiz. ASR, CC, C 203, 282 y 287



Las ferias, en la Edad Media, se encontraban repartidas en diferentes lugares, sin latitudes o ámbitos territoriales particulares. El mercado de las mercancías en Europa se relacionó desde entonces con los encuentros organizados en lugares de fácil acceso, a menudo en las riberas de los ríos o en ciudades cuya población se caracterizaba por una notable predisposición comercial. Estas ferias de mercancías dieron vida a un circuito económico muy amplio ocasionando manifestaciones de especial importancia internacional, particularmente en las ferias de la región de Champagne, desde el inicio de la Edad Moderna hasta llegar a las de Lyon en el siglo XVI, donde se desarrollaron las ferias que por primera vez acogieron solamente cambios monetarios. La presencia de italianos en las ferias de Lyon, como queda ampliamente documentado, aumentó constantemente e incluso llegó a superar las del encuentro ginebrino: los agentes participantes fueron sobre todo florentinos, seguidos por los operadores luqueses, genoveses y milaneses. Precisamente gracias a los mercaderes-banqueros de la península italiana, en el siglo XVI, Lyon se convirtió en el corazón de la economía europea.

En la segunda mitad del siglo XVI, los encuentros feriales se desplazaron al Franco Condado (territorio de los Austrias), en concreto a Besançon y los banqueros genoveses fueron tomando progresivamente el control hasta conseguir trasladarlas a Italia, primero a Piacenza y, posteriormente, en 1621, a Novi Ligure, bajo la jurisdicción del Senado de la República de Génova. En los primeros años del siglo XVII las ferias de cambio fueron controladas directamente por los operadores genoveses y constituyeron un mecanismo económico privilegiado para dirigir los préstamos de la Corona de España (asientos) y para reembolsar las inversiones de los particulares en la deuda pública castellana (juros).

Sería restrictivo pensar en estos operadores económicos como “mercaderes” en su acepción más tradicional. Los nuevos banqueros operaban a alto nivel, a escala europea, aprovechando al máximo las particulares condiciones del mercado del crédito y de las divisas. Con el paso de los años, dichos banqueros se esforzaron en perfeccionar especialmente las técnicas relacionadas con el cambio, transformando el comercio del dinero en su actividad principal y de mayor rentabilidad. En la feria, un reducido grupo de operadores financieros acreditados (banqueros o negociantes) se reunían en un lugar preestablecido con frecuencias periódicas (cada tres meses) para regular el conjunto de las órdenes de pago (libranzas) que llegaban a la feria y la masa de las órdenes de cobro (remesas) que de la misma se remitían. La letra de cambio era emitida por el prestatario de la divisa (librador) que la dirigía a un tercer sujeto (librado) con el fin de que la pagase; sin embargo, la letra era entregada materialmente al dador de la divisa (remitente), quien a su vez la enviaba a un cuarto sujeto encargado del cobro.

Para fijar la relación entre las distintas cantidades de monedas se debía distinguir aquella que constituía la res del cambio (cierta y estable) de aquella que representaba el pretium (incierto y variable). Para concluir un cambio, pues, debía llegarse a un acuerdo sobre el precio de la moneda res. Así que, sin ningún abono de dinero, en estas ferias las cuentas se compensaban con un sistema parecido a una moderna cámara de compensación bancaria (clearing house). El banquero intentaba también lucrarse sobre la diferencia entre los precios de “ida” y los precios de “vuelta” de las letras de cambio. La «ida» representaba el precio que, en una plaza dada, había que pagar en moneda local para obtener en la feria la misma suma en moneda ferial (“escudos de marco”). La “vuelta”, en cambio, era el precio que, en la misma plaza, había que pagar en moneda local para cobrar los “escudos de marcas”.

Debemos recordar que en las ferias de cambio de Lyon (siglos XV-XVI) existía una relación entre la unidad de cuenta (écu d’ or) y el oro, que se decide de nuevo en cada sesión de la feria, con vistas a la compensación internacional que se realiza mediante el pago de todas las letras de cambio. Lo que es más interesante, luego en Besançon la unidad de cuenta (scudo di marche) se fijó de una vez por todas en una determinada cantidad de oro, precisamente para permitir un recurso sistemático a los instrumentos financieros proporcionados por la feria.

En estos “listini” podemos ver las principales plazas que cotizan en las ferias de cambio de Piaçenza y de Lyon en el siglo XVI: Génova, Milán, Florencia, Roma, Venecia, Nápoles, Amberes, Medina del Campo y Lyon; así como el resultado de los precios cotizados para las monedas en la feria de agosto de Lyon y en la de Todos los Santos de Piaçenza del año 1580. Cabe destacar que en ambos encuentros feriales cotiza la plaza de Medina del Campo aunque Lyon está mejor conectada con la Península Ibérica (también cotizan Barcelona y Zaragoza) y con el Atlántico (plaza de Londres). En la parte baja de estas tiras se informa de los precios monetarios acordados para la feria siguiente (la de Epifanía en el caso de Lyon y la de la Aparición para Piaçenza) si bien este valor oculta un interés no del todo legal y con unos números difíciles de comprender para los que no forman parte del grupo de “hombres de negocios”.

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Gabinete de História Económica e Social (GHES)/CSG
Instituto Superior de Economia e Gestão (ISEG) – Universidade de Lisboa