Y el almendro floreció. Muerte de Santa Teresa en brazos de Ana de San Bartolomé
Isabel Guerra
2008
Óleo sobre lienzo / 144 x 220 cm
Asociación Amigos de Ana de San Bartolomé
Y el almendro floreció representa la muerte de Santa Teresa en brazos de su querida compañera, confidente y enfermera, la beata Ana de San Bartolomé. Incluye el hecho extraordinario que nos transmite la tradición carmelitana al respecto: en el momento de la muerte de la Santa, en el frío otoño de Alba de Tormes, un almendro de la huerta del convento, que jamás había florecido, se cubrió inesperadamente, por primera y última vez, de un manto blanco de flores.
La obra, en principio realista –tanto el escenario como los elementos de su ambientación son totalmente fieles a los detalles de la vida conventual de la Castilla del siglo XVI-, tiene un claro contenido simbólico, un mensaje que se manifiesta no sólo en el prodigio del almendro, siempre interpretado como signo del gozo del tránsito de su alma a una vida superior, sino también en la belleza de la luz.
La luz, elemento característico de toda la producción de la artista, inunda la escena irradiando desde el ángulo superior izquierdo de la misma. Su origen es una visión celestial, la gloria que aguardaba a Teresa, enviada por Dios como consuelo a la afligida Ana, y que se intuye, en todo su esplendor, por su arrobada expresión. El hecho es así testimoniado por la Beata en su Autobiografía (Amberes 6, 19):
Y como el señor es tan bueno y veía mi poca paciencia para llevar esta cruz, se me mostró en toda la majestad y compañía de los bienaventurados sobre los pies de su cama. Que venía por su alma. Estuvo un credo esta vista gloriosísima, de manera que tuvo tiempo de mudar mi pena y sentimiento en una gran resignación y pedir perdón al Señor y decirle: “señor, si Vuesa Majestad me la quisiera dejar para mi consuelo. Os pidiera, ahora que he visto su gloria, que no la dejéis un momento acá”. Y con esto expiró y se fue esta dichosa alma a gozar de Dios, como una paloma.
La fuerza de la luz perpetúa el momento, lo eterniza y sume en una intemporalidad que fluye desde un claro amanecer a un ocaso radiante.
La autora de la obra, Isabel Guerra (Madrid, 1947), es, a día de hoy, uno de los valores más sólidos de la pintura española contemporánea. Académica Correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo y Académica de Honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Luis de Zaragoza, se define como autodidacta, pues desde el primer momento ha querido buscar su propio estilo. Se concreta éste en una pintura hiperrealista, de exquisita ejecución, en la que los temas cotidianos, llenos de sencillez y armonía, nos remiten a una paz interior sólo posible en la trascendencia. Descubre con humildad y amor, en las cosas de cada día, el anhelo de lo absoluto e infinito que llevamos dentro y le da una fuerza espiritual. Bien-verdad-belleza, son los términos de la ecuación en que basa su arte, una pintura para mirar y sentir más allá de las apariencias.
Alejada de la tradición pictórica religiosa, el amor hacia las cosas y su evidencia de un significado más profundo, acaba convirtiendo su pintura en una confesión de creencias y una forma de oración.
Ana María Ruiz Zapata